Es natural al ser humano privilegiar el presente respecto del futuro, dado que de lo contrario pospondríamos constantemente nuestros fines, que son lo que guía el actuar humano, es por esto que resulta comprensible esta propensión de las personas a sobre ponderar el presente respecto del futuro. Sin embargo, la intensidad de esta preferencia, que no es otra sino de carácter psíquico, la que va a determinar también en buena manera el bienestar material, ya sea de un proyecto de vida individual como a nivel colectivo, mediante la acumulación derivada de la productividad asociadas a dicha conducta.
La intensidad psíquica antes mencionada, lleva a muchas veces preferir gastar en vez de ahorrar o invertir, prefiriendo “tener menos pero de forma inmediata, a tener más en el futuro” con tal de no sub consumir en el presente. La lógica antes mencionada, propia de la cultura moderna occidental, es la tónica actual más que la anomalía, así lo usual es el crecimiento basado en la deuda, que no es otra cosa que traer al presente tanto consumo como inversión, sin haber previamente liberado recursos destinados al consumo para ahorro, y luego invertirlo de acuerdo a los recursos disponibles y no en mega proyectos que sobresalen en ambición.
La gran amenaza del crecimiento basado en la deuda es que des correlaciona los fundamentos del ahorro con la inversión, al disponibilizar mediante los bancos, en alianza con el prestamista de última instancia que es el banco central (tanto para privados como para países), recursos a inversionistas sin que existan ahorros que los respalden, sino más bien imprimiendo dinero fiduciario, el cual fluye en la economía indistintamente que el dinero que efectivamente tiene respaldo de ahorro, gracias a la reserva fraccionaria donde los bancos pueden prestan más del dinero que tienen en custodia o depósitos.
La inversión que se produce luego de la emisión monetaria o de la distorsión del precio del dinero mediante la tasa de interés, altera la estructura productiva, alargándola con nuevas etapas y ensanchando y complejizando las mismas, pero sin tener los ahorros suficientes para esperar a que dichos procesos productivos lleguen a término, y teniendo que dejarlos inconclusos, mientras se produce escasez en las etapas más cercanas al consumo.
Esto genera necesariamente una reasignación de recursos desde las etapas más alejadas del consumo hacía las más próximas, con toda la destrucción de valor y quiebras que se producen en el intertanto inter tanto por haber complejizado la estructura, en pos de obtener mayor productividad, pero que se debió haber llevado a cabo ya que los ahorros estaban sobre estimados por las señales monetarias entregadas por los bancos centrales a través de los experimentos cuantitativos y cualitativos de la última década.
En la actualidad, muchas de estas empresas aún no viven el proceso de ajuste dado que son mantenidas por préstamos que a pesar de ser concedidos a tasas de interés aparentemente muy bajas, de todas formas se deben devolver con flujos futuros, para lo cual necesariamente debe provenir de empresas competitivas y no que sobrevivan con respirador artificial a costa de perjudicar el sistema como un todo.
Sin lugar a dudas que enriquecer la estructura productiva es condición fundamental para aumentar la productividad, pero si se hace en base a deuda sin tomar en cuenta los ahorros disponibles para concretar proyectos de inversión, se generarán burbujas de activos , tanto financieros como inmobiliarios, y tarde o temprano, periodos prolongados de inflación de bajo crecimiento, motivados tanto por el exceso de dinero circulante como por la mala asignación de recurso productivos, los que determinan finalmente la cantidad de bienes y servicios disponibles en la economía.